Cho Ku Rei
Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), este relato está relacionado con el Reiki. Partícipe de esta entrada es también mi abuela, la cual tengo muy presente. Ella fue maestra de esta práctica y ahora resuena más que nunca todo lo que me enseñó. Espero que os resulte interesante este mundo y, si os apetece compartir vuestros conocimientos sobre el tema, estaré encantada de leeros.
Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo.
Posible título: Cho Ku Rei
Cho-Ku-Rei es un símbolo
empleado en Reiki. Es el símbolo del poder, también llamado el interruptor,
porque abre el paso a la corriente de la Energía Universal. Con el Cho-Ku-Rei se
invocan a los guías, que forman parte de la Inteligencia Universal, para que la
energía acuda a uno mismo y sea utilizada para sanar el área que más se
necesite. El trazado espiral de este símbolo concentra la energía, enfocándola
en el centro de la espiral. De todos los símbolos, Sei-He-Ki, Hon-Sha-Ze-Sho-Nen
o Dai-Ko-Myo, entre otros, es al que más fijación tengo. Quizá sea porque es el
primero que conocí, o porque es el más fácil de pronunciar y dibujar.
El Reiki llegó a mi vida a
través de una amiga. De casualidad; como casi todo lo que ha pasado en mi vida.
O tal vez no sea casualidad, sino destino. Cada vez creo más que el Universo
tiene un plan perfecto y tengo que aceptar todo lo que me venga, de la manera
que sea.
Al principio todo me sonaba
a chino, nunca mejor traído. Aunque en realidad la palabra es japonesa… Que si
la energía, que si los chakras, que si las manos, que si la meditación. Yo, que
había intentado meditar en contadas ocasiones sin éxito alguno, oía al otro
lado del teléfono con el mayor escepticismo. Sin embargo, lo que sí podía
constatar era el bienestar de mi amiga. Irradiaba una luz sanadora, sin necesidad
de verla. Formar parte de su vida era sinónimo de paz, así que decidí seguir
escuchándola.
Ella y yo nos conocimos hace hoy, que estamos a 2010, quince años. Cuando yo tenía… Si nací en el 80… ¡Eso! 15 años y ella 16. Coincidimos en el instituto y desde entonces somos inseparables. Cuando pasamos a la universidad nos separamos. Ella se fue a Salamanca a estudiar traducción y yo viajé hasta San Sebastián para estudiar cocina. Actualmente, ella no es traductora y yo soy una cocinera adoctrinada a la que no dejan crear. Más bien soy una impostora porque elaboro platos que no son míos bajo mi nombre. Todo lo que soñé cuando entré en el Basque Culinary Center, desde luego. A pesar de la distancia, nuestro vínculo se ha mantenido firme, pero nos hemos perdido estar presentes en contadas ocasiones.
Me perdí estar con ella su primer día de trabajo, me perdí las mudanzas, tomar un café mientras nos contamos los inconvenientes del día a día, la primera ruptura amorosa… Me perdí ser partícipe de sus nuevas aficiones, de sus intereses. Me perdí ir juntas a un taller de cerámica, a la montaña o de viaje. Me perdí su cara, sus gestos. Me perdí un montón de cosas que me alejaban de la nueva versión de mi amiga, al igual que a ella de la mía. Sin embargo, me daba la sensación de que ella evolucionaba más que yo. Por las experiencias que me contaba, se atrevía a vivir… Mientras que yo cocinaba y no salía del cuarto en el que vivía rodeada de cinco compañeros más porque vivir sola era imposible.
Cuando terminamos las
carreras y los másteres, ella se estableció en una agencia y trabajó como
traductora jurada y yo conseguí un puesto de jefa de cocina en un restaurante
que aspira a ser galardonado con una estrella michelín en Lasarte. Hace menos de una semana, mientras nos contábamos desde los extremos cómo nos había ido el día,
me reveló la noticia de que había dejado su trabajo y se iba a embarcar en una
nueva. Entonces fue cuando escuché por primera vez la palabra Reiki.
Me contó que durante una conversación informal con un cliente, éste le habló de lo bien que le sentaban las clases de yoga a las que acudía y que ahora se había embarcado en la práctica del Reiki. Entonces la animó a que acudiera a una sesión de activación de la energía Kundalini, la energía vital. Como ella decía a todo que sí, se apuntó con él, y ahí comenzó su despertar. En la sesión experimentó sensaciones que catalogó como «sobrenaturales» porque se escapaban al entendimiento de cualquiera que no las hubiera sentido. Sintió espasmos involuntarios, lloró a moco tendido y le recorrió un calor intenso por todo el cuerpo sin que nadie le pusiera una mano encima al mismo tiempo que el ritmo de unos kotsuzumi y unos taiko le inundaban los oídos.
―Vivir para creer, Sonia. Te juro que no me estoy inventando nada, tía. Tienes que probarlo. Es raro y placentero a la vez.
―¿Y eso para qué sirve?
―En realidad no lo sé ―soltó
una carcajada―. Mi cliente me ha dicho que sirve para «despertar». Es decir,
desbloquear traumas y expandir la conciencia. Digamos que te ayuda a liberar
tensión y en consecuencia sales más liviano y tomas mejores decisiones, aumenta
tu intuición… No sé, chica. Ya te contaré qué pasa en mi vida. Sólo ha pasado
un día desde entonces.
―¿Y qué traumas tienes tú
que desbloquear? ¿Estás bloqueada por algo?
―Estás preguntona, eh… No sé,
Sonia. He ido por probar, no es que esté perdida ni bloqueada ni nada. Ya sabes
que me va bien en el trabajo, mi vida es regular, soy una persona sana… Pero me
pareció interesante. Quién sabe. Quizá haya más cosas por descubrir y no sólo
papeles legales… Pero ¿y tú? ¿Cómo estás tú?
―Buena pregunta…
―Amiga, ¿por qué no pruebas? Hasta donde yo sé, tú sí tienes un bloqueo. Deberías dejar ya el trabajo y abrir tu propio restaurante. Tú no has nacido para trabajar para los demás.
―Ya, bueno… No sé Luz. No es
para mí.
―No lo has…
―Lo sé ―la interrumpí.
―Bueno, hablamos que me
tengo que ir. Ya te contaré los efectos estos de la Kundalini. Un abrazo,
amiga. ¡Te quiero!
No me dio tiempo a contestar cuando ya había colgado. Me quedé pensado en lo que me había dicho, pero a mí todo aquello no me generaba confianza. Me parecía un engañabobos. A los tres días volvimos a hablar y fue cuando me contó que lo abandonaba todo. Que se le había iluminado la virgen en sueños y necesitaba un cambio en su vida. Y la verdad es que nunca había sonado tan convincente. Me dijo que la vida era más que el dinero que ganaba jurando traducciones. Se compró una furgoneta camperizada, me anunció que vendría a visitarme y al día siguiente apareció ante mí con una sonrisa que iba más allá de las orejas.
―¡Sonia! Cuánto tiempo sin
verte, querida amiga.
Nos fundimos en un abrazo
que borró de golpe todos los que no nos pudimos regalar y nos despegamos poco a
poco. Me enseñó su nuevo hogar con ruedas y me explicó cuáles eran sus planes:
―Ahora mismo voy a explorar
cada rinconcito de España y voy a estudiar para ser maestra de Reiki. ¿Cómo te
quedas?
―Con la boca abierta.
―Lo sé. Yo tampoco me lo
creo, pero no me he sentido tan plena jamás.
―Me alegro tanto, Luz. De
verdad que me alegro. Se te nota.
―Bueno, ¿y tú qué?
―Yo qué de qué.
―Que si te vas a animar a
probar. Este sábado se va a celebrar una sesión de activación en un centro de Yoga
de aquí al lado. Anímate. Vamos juntas.
―No sé, amiga…
―Anda…
―Bueno, pero si no me gusta
me voy, ¿entendido?
―¡Entendido! ¡Ay! ¡Qué
ilusión! Ya verás como te gusta. ―Se abalanzó sobre mí y me achuchó como si fuera
de peluche.
Llegó el día y fuimos las dos
de la mano. Yo ya sabía a lo que iba, puesto que Luz me lo había explicado todo
al detalle. Estaba nerviosa. Eso de los espasmos no me convencía. Entramos a la
sala y lo primero que captó mi atención fue un gran símbolo dibujado en la
pared del fondo que empezaba con una raya horizontal hacia la derecha, después
bajaba una línea vertical hacia abajo y del final de esta nacían tres espirales
hacia la derecha. Como colofón, la línea vertical tenía siete puntos dispuestos
a lo largo de ella, cada uno de un color: rosa, morado, azul, verde, amarillo,
naranja y rojo. Le pregunté a Luz qué representaba, pero me contestó que me lo explicaría
más tarde. Comenzó la sesión. Me tumbé en el suelo con las palmas de la mano
hacia el techo y cerré los ojos según las indicaciones del Maestro. No sabía si
iba a funcionar o no, pero me sentía mucho más relajada que antes de empezar.
De repente empecé a experimentar un calor intenso en la zona de la pelvis, como
si me hubieran puesto piedras calientes. Eran tan fuerte que pensé que echaría
a arder. Después ese calor se traspasó a las manos y éstas empezaron a latir
como si tuviera el corazón en ellas. Seguidamente se me aceleró el pulso y se
me elevó el pecho del suelo. Se me saltaron las lágrimas y sollocé
desconsoladamente. Lo más impresionante de todo esto fue que fui capaz de soltar
el control, de dejarme llevar sin juzgar lo que estaba sucediendo. Cuando
finalizó la sesión me sentía extraña, como si algo hubiera cambiado dentro de
mí pero no supiera exactamente el qué.
En los días siguientes, una
vez Luz partió hacia el País Vasco en su camper, empecé a interesarme por el
mundo, digamos, más exotérico y descubrí lo ignorante que era. Poco a poco
averigüé que existían diferentes niveles de Reiki, que existían unos símbolos para fines concretos, que no todo el mundo podía llegar a ser Maestro... Aprendí también
sobre meditación, sobre energía, sobre yoga... Pero siempre con una prudente distancia.
Quizá por aquella sesión o
porque estaba escrito, a los tres días, al igual que Luz, también abandoné mi
puesto de trabajo. Nunca fue lo que yo quise y llevaba tiempo queriendo
dejarlo, pero no me atrevía a dar el paso. Siempre ponía excusas. Vete tú a saber por
qué después de lo de la Kundalini… Por qué. Gracias a no tener que malgastar
más energía en trabajar para otros, tuve tiempo para pensar y escuchar qué era
lo que realmente quería. Y me decidí. Decidí abrirme un hueco propio en el
mundo de la gastronomía y emprendí un servicio de catering. Mi gran sueño era inaugurar
un restaurante, pero no tenía tantos ahorros. Sin embargo, esto era lo más emocionante
y satisfactorio que haría por y para mí después de muchos años.
Mi camino no fue como el de
Luz, que logró convertirse en maestra de Reiki y ahora no hay quien le vea el
pelo porque anda de seminario en seminario. Sin embargo, gracias a la conexión
con mi energía vital y a educarme a meditar y saber emplear ciertos símbolos,
mi vida me proporciona paz. Algo que, cuando andaba estresada, sin descansar y
sin escuchar a mi cuerpo, no lograba obtener.
Un año después de que el servicio de catering haya dado sus frutos, he encontrado un local, el cual se convertirá, no sólo en una casa de comidas, sino en una experiencia en sí misma en el que a través de los platos embarcaré a los comensales en un viaje espiritual. Como nos pasó a Luz y a mí. Como todo el mundo tiene derecho a vivir. Hoy voy a recoger las llaves y cuando lo haga, lo primero que voy a hacer es dibujar en la pared que está en frente de la puerta principal un Cho Ku Rei. La mejor decisión que pude haber tomado jamás fue la de apostar por mí.
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Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️
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