En el silencio

Como bien sabéis por la publicación de Instagram, el tema de este domingo es el silencio. Este breve relato nació a raíz de ver una película muda. Me hizo reflexionar sobre el sonido implícito del silencio. Sobre lo que no se escucha, pero está presente. Sobre el poder de silenciar el mundo y prestar atención a lo que sucede alrededor sin el artificio del ruido de la vida. Espero que lo disfrutéis tanto como yo al escribirlo.

Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo. Ojalá os guste. 

¡Espero vuestros títulos! Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!

Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos y más historias. Gracias❤️


Posible título: En el silencio

Llamé al portal, siendo este el último sonido que escuché. Subí por las escaleras hasta la tercera planta. En el trayecto de subida, pisé con cuidado para no hacer ruido. Me enfundé en un vestido a media pierna, cuyo corte recto hizo que la tela fuera imperceptible al movimiento. Llegué al rellano triunfante, y antes de quebrar la fragilidad de la nada, se presentó ante mí su figura. Entré tras su gesto amable de bienvenida y cerró la puerta. Lo supe porque lo vi si no, ni me hubiera enterado. Me invitó al sofá. Nos sentamos callados y entonces nos miramos. Con curiosidad, con compasión y cariño. Observé el cuerpo esbelto, enjuto y blanco como la nieve. Sin embargo, su aspecto era saludable. Puse atención a las manos, con callos en sendos dedos corazón de tanto escribir. Llevaba una camisa azul cielo de la marca Apposta, «no podía ser de otra manera», me dije. Aunque estuviéramos en Málaga, su Italia natal nunca la olvidaba.

Me fijé en el rostro. A pesar de la edad, se conservaba increíblemente joven. «Es una momia», volví a pensar. Con algunas patas de gallo y ligeros surcos en las comisuras, era todo lo que tenía por ofrecer. Las cejas un poco desaliñadas, la perilla recortada con minuciosidad. Los labios agrietados por el frío y sin pelos en la nariz. No existía cabellera que escudriñar, aquí terminé pronto. Supuse que él hizo lo mismo. Nunca lo supe. No dijimos nada. Solo nos miramos. Cuando analicé lo superfluo, continué con el análisis. Fijarme con más detalle en lo que mis ojos presenciaban, me abrumó. Sentí que le invadía y, ¿quién era yo para hacer eso?

El silencio que nos abrazó en aquel salón creó un sonido íntimo, delicado y, de alguna manera, más sonoro que haber puesto en el tocadiscos el vinilo de Adriano Celentano que asomaba, adelantado del resto, en la estantería que coronaba el espacio en que otros habrían colocado un televisor. «¿Quién es la persona que me acompaña?», me pregunté. Tenía todo el tiempo del mundo para averiguarlo porque el silencio no tenía prisa. Entre pensamientos, me rozó la mano. Deslicé la mirada hacia su gesto y levanté la vista. Entonces, percibí el latir del corazón. La caricia adquirió el sonido de un violín en una canción de Robe, la respiración se aceleró, el cuerpo se tensó y el alma se puso en alerta. El silencio en aquel momento mostró, todas y cada una de nuestras costuras. No hubo escapatoria. Dudé entre seguir con aquello o quebrar el pacto para que no descubriera que estaba cagada de miedo. ¿Cómo pudo ser tan poderoso algo que, en un principio, pareció nimio? Decidí seguir. Penetré sus pupilas. Le agarré la mano con firmeza, me acomodé en el asiento, recuperé el ritmo natural de la respiración. Entonces, me abrí en canal. Le di alas a mi vulnerabilidad. Le mostré mis debilidades y mis fortalezas. Le entregué mi alma al tiempo que una corriente de verdad nos zarandeó todos los esquemas. Fue lo más real que había hecho nunca.

Aquella cita marcó un antes y un después en mi mirada hacia el mundo. Tal vez lo que necesitábamos era escuchar lo que el silencio tenía que decirnos. Quizá, entre tanto ruido, tantos estímulos, tanta inmediatez, lo que necesitábamos era parar. Silenciarlo todo y mirar, como si fuera la primera vez, quiénes éramos y a qué habíamos venido.








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Comentarios

  1. Sugiero el título "El eco del silencio compartido".

    Tu escrito me conduce a través de una experiencia que parece simple al principio, pero que se convierte en un viaje profundo hacia la intimidad y la reflexión. La forma en que describes los pequeños detalles, desde los movimientos hasta los pensamientos más íntimos, hace que me sienta como si estuviese allí mismo, compartiendo el silencio y la conexión con los personajes. Es como una pausa en medio del caos del mundo, una invitación a parar, respirar y realmente sentir lo que significa estar vivo y conectado con los demás. Me va a dejar pensando en ello un tiempo después de haber terminado de leerlo.

    No creo en la existencia del verdadero silencio, no es alcanzable ni observable pues el propio cuerpo como máquina que es produce sonidos de forma constante. Sin embargo, en medio de este flujo constante de sonidos, hay una melodía especial que a menudo pasamos por alto, el latido de nuestro propio corazón. Es en esos momentos de calma, cuando nos permitimos escuchar ese suave y constante ritmo, que podemos realmente entender quiénes somos. Es como si el corazón nos hablara recordándonos nuestra propia humanidad, nuestras alegrías y nuestras penas. Así, aunque el silencio absoluto pueda ser un ideal inalcanzable, el silencio relativo nos brinda la oportunidad de escucharnos a nosotros mismos y encontrar la paz interior que tanto anhelamos.

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  2. ¡Muchas gracias por tu título! Me gusta más que el mío. De esto se trata. De compartir y aprender entre todos. Qué bonita y profunda tu reflexión. No había caído en lo que comentas de lo inalcanzable del silencio como tal, y la referencia al sonido del propio cuerpo. Sencillamente hermoso. Qué alegría haber podido leer lo que el texto te ha transmitido y lo que este te ha llevado a pensar. No sabes cuan agradecida estoy. ¡Gracias y mil veces gracias!

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