¿Me comí el mundo o el mundo me comió a mí?

Como bien sabéis por la publicación de Instagram, el tema de este domingo es algo abstracto porque me apetece abrir el melón de la salud mental y de todo lo que ella implica (aunque no logre abarcarlo en una sola entrada). Una entrevista a Rosa Montero ha sido el motor de este escrito. Durante una hora y veinte minutos Rosa habla de sus vivencias como periodista, como escritora y, en definitiva, como vividora. Durante la charla, tratan las enfermedades mentales, la soledad y el concepto de «enemigo interior», entre otros temas. El escucharla me ha animado a seguir abriéndome en este pequeño espacio que he construido.

Este relato está basado en mi día a día (más o menos) y de cómo convivo diariamente con unos cambios de humor que ni yo misma comprendo al cien por cien. Y si ni yo misma los entiendo, los de mi alrededor menos aún. En ocasiones esto me frustra porque me gustaría poder explicar lo que me pasa, pero no puedo porque no lo sé. Solo intento vivir lo mejor posible aunque mi cabeza no me deje. 

A lo largo de mi vida he aguantado que me llamaran autista, ciclotímica, bipolar y, en el mejor de los casos, peculiar o rarita. Estos últimos con cariño, pero que no dejaban de ser hirientes aunque el interlocutor no lo pretendiera. Tengo tan solo veinticuatro años y lo de autista me lo llamaron cuando tenía o nueve o diez. No me voy a centrar en los que se dirigieron a mí con estas palabras porque estoy en un momento vital en el que comprendo que cada uno llega hasta donde llega, con los recursos y conocimientos que tiene aunque la cague. 

En lo que me quiero centrar es en que, como yo, somos muchos. Y lo afirmo sin pavor ninguno porque sé que es así. Hoy día es muy difícil mantenerse cuerdo en un entorno que cada vez dificulta más vivir tranquilo y en orden con uno mismo. Me gustaría poder mostrar que cada uno cargamos una mochila que pesa y que, según la de quién, hasta deja dolencias crónicas de tanto soportar el peso. ¿No sería mejor aliviarnos esa carga los unos a los otros? Creo que no es tan utópico lo que planteo. 

¿Qué nos hace ser tan egocéntricos de creer que somos los que peor lo pasamos en el mundo? ¿Qué nos hace creer que si esa persona no me ha devuelto la sonrisa tiene que ver con uno mismo? ¿Qué nos hace creer que llevamos la razón en todo? ¿Hasta de lo que no tenemos ni idea? Yo soy la primera que meto la pata y enjuicio rauda sin conocer la historia que hay detrás. Soy consciente. Y también soy consciente de que no se puede acertar siempre, pero hay cosas y cosas, ¿no? 

Yo solo le pido al mundo, en general, benevolencia, compasión y paciencia. Una mirada más dulce y empática mejora el mundo... ¿Cómo os sentís vosotros con respecto a lo que os rodea? ¿Cambiaríais algo? 

 Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo. Ojalá os guste. 

¡Espero vuestros títulos! Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!

Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos y más historias. Gracias❤️ 


Posible título: ¿Me comí el mundo o el mundo me comió a mí?

Hoy me he levantado con ganas de comerme el mundo. Hasta el rincón más inhóspito. Puedo con todo. Todo, todo. He hecho la cama de una sola sentada. Como si fuera una super heroína con el super poder de hacer camas. He escogido mis mejores galas y me he peinado bien guapa. Porque hoy me voy a comer el mundo. 

El tráfico de la hora punta mañanera no ha conseguido minar mi euforia y he cantado a todo pulmón «siente, baila y goza que la vida es una sola…». Un cualquiera me ha pitado y me lo he tomado como un aliciente para animarme a seguir con mi energía arrolladora. He aparcado a la primera y he llegado a clase diez minutos antes. Hora y media de teoría aplastante que no ha logrado tumbarme.

En la cafetería, las paredes de color naranja sucio, el suelo de mármol frío cubierto de pisadas y papeles y las mesas de plástico duro e incómodo, no han sido capaces de generarme rechazo. Es más, he mirado a mi alrededor con tanta ilusión y agradecimiento de poder estar allí, que el naranja se me antojaba un sol que iluminaba mi vida, el suelo un refugio para el verano y las sillas un asiento de la realeza. La guinda del pastel ha sido cuando el camarero me ha dicho:

―¿Lo de siempre?

He masticado el cartón con aceite de oliva ―ni virgen ni extra― y el agua sucia quemada, como si tuviera ante los ojos pan de masa madre cien por cien integral con aceite de Cerdeña, y granos de café de Colombia recién molidos. Ya lo he dicho al principio, me iba a comer el mundo.

Entonces, con el estómago lleno, me he ido a la biblioteca a estudiar. Pasada una hora, mi estado de ánimo ha comenzado a decaer. Quizá es el sitio. He salido a que me diera el aire y mi mirada hacia el exterior ha cambiado. Qué de niñatos hay, pienso. A las instalaciones ya podrían darle un lavado de cara, vuelvo a pensar. Y los baños, en fin, hasta el de una discoteca está más limpio. Uy. ¿Qué me pasa? ¿Por qué me he puesto tan odiosa de repente?

Decido volver y sigo estudiando, pero la cara se me está cambiando. Ya no hay sonrisa que cubra mi amagamiento. Comienzo a fruncir el ceño mientras miro la pantalla negra que me avisa de que espere mientras se reinicia. Entonces veo mi reflejo en el fondo negro que inunda de desdén todo el rectángulo y, cuando ya he conseguido que arranque, casi me duermo al leer algo que no sé si realmente me servirá para algo en un futuro.

Dada la hora de comer, vuelvo a la cafetería y el camarero me sonríe simpático, pero a mí no me sale devolverle el gesto. Echo un vistazo al menú y me decepciona comprobar que hay lo mismo de todos los días. Hasta la misma manzana podrida. Es que ni se han dignado a quitarla. Me resigno a la pasta pasada con una suerte de boloñesa y al pescado con complejo de plastilina, blanco y blando. Lo engullo todo para no saborearlo y me voy a leer para despejarme de los malos pensamientos que no deja de susurrarme la cabeza.

Me siento en mi rinconcito en busca de una tregua a esta apatía. Apoyo la espalda contra la pared de granito y estampo el suelo contra las losetas duras. Dudo que estas condiciones mejoren mi estado. ¿Se puede saber qué coño me pasa?

Después de leer unas cuantas páginas, camino de nuevo hacia la biblioteca con cara de pocos amigos agachando la cabeza para evitar el contacto visual. Mis pasos son rápidos e intento juntar los brazos todo lo que puedo para no chocar con nadie. Me llevo el pelo hacia delante para hacerme invisible y rezo por dentro que nadie se dé cuenta de que existo.

Paso tres horas encerrada en el sitio ideal para los que aman escuchar el ruido de los mocos ajenos, el repiqueteo de una obra que no termina nunca y respirar virus de todos los tipos. Y eso que llevo tapones, unos cascos por encima y una mascarilla.

Cuando cierra, me voy al gimnasio y en menos de treinta minutos tengo que escapar de aquel lugar que se asemeja más a una rave que a un espacio deportivo. Me voy a mi casa porque menudo día de mierda. Con lo contenta que me había levantado yo…

 

 








Todos los derechos reservados. La copia del texto para fines creativos/comerciales y/o concursos queda prohibida.


Comentarios

  1. Que bien feflejas lo que aluna vez sentimos. Enhorabuena.
    En estos días lo mejor es hacker lo que la protagonists de "Lo que el Vicente se llevó": Ferrari la Puerto y decirte" Mañana pensaré"😉😊

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    1. Jajaja a pesar de esa toma de poder por parte de las maquinitas sobre tu escritura, tu mensaje me abraza, Carmen. Cerrar la puerta y ya mañana pensaré... Me gusta. Muchísisisisisisimas gracias (:

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  2. Ay Dios .......he querido decir Lo que el viento se llevó y Cerrar la puerta.... la máquina hoy se ha vuelto loca como yo

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  3. Maravilloso ❤️❤️❤️❤️

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  4. me ha encantado y ahora valoro el doble tus sonrisas y simpatía, un abrazo fuerte

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    1. Estimado lector o lectora, muchas gracias por tus palabras. Un abrazo fuerte también para ti (:

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  5. Expectante del mundo19 de mayo de 2024, 10:13

    En la actualidad, y sobretodo en el mundo de la educación, tenemos tendencia a “etiquetar” todo y a todos, todas y todes. Si este “etiquetaje”, que no tiene que ser malo, no tiene un mínimo de empatía y comprensión por parte de la sociedad o de tus relaciones/vínculos, no sirve de nada.
    Te lo dice alguien que ha sufrido etiquetaje toda su vida y que tiene esa “ BATALLA DIARIA” (sería mi propuesta de título).
    He sentido tu relato como un reflejo de mi día a día, no eres la única y no estas sola.

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    1. ¡Qué título tan bueno! Desde luego que es una batalla diaria... Me anima mucho tu comentario. No te había leído antes por aquí, así que bienvenido o bienvenida (: No estamos solos y somos, yo diría, que la inmensa mayoría desoladoramente. Hace mucho tiempo, me dijeron que las etiquetas nos ayudaban a comprender y, es cierto, pero como tú bien indicas, sin esa comprensión hacen un flaco favor. Muchas gracias por leer y por compartir tus impresiones. Me alegra poder conectar y que os sintáis reflejados. ¡Gracias de nuevo de corazón! (:

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  6. He tardado en responder pero ya estoy aquí.
    En cuanto al relato, de lo mejor que te he leído. Hay veces que las ideas se tienen claras y hablar de la propia experiencia sabiendo cómo te deja satisfecho y eso se nota.
    En cuanto al tema, es una ola imparable en nuestra sociedad al igual que otras de los últimos años que demuestra nuestro ance, o el de algunos al menos.
    No es solo bueno para conocerte mejor a ti, sino para lo que puede ayudar a los demás.
    Un becho

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    1. Jajaja. Yo sé que estás, Antonio (: Gracias por tus palabras. Las aprecio mucho. Otro becho pa ti.

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