La vida, ¿un rompecabezas?

Como bien sabéis por la publicación de Instagram, el tema de este domingo son los tres pilares que sustentan nuestra existencia: la vida, la muerte y el tiempo.

En esta ocasión, he escrito un relato que creo que habla por sí solo. Que no necesita introducción. Sin darme cuenta realmente, he terminado escribiendo como si fuera una suerte de diálogo, como los de Platón. Así que aquí encontraréis a Sócrates bajo el disfraz de un padre y al discípulo que es su hijo. 

Sin más, espero que el mensaje que he intentado transmitir os inspire y, cómo no, espero que compartamos impresiones. Gracias, siempre. 

Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo. Ojalá os guste. 

¡Espero vuestros títulos! Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!

Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos y más historias. Gracias❤️ 


Posible título: La vida, ¿un rompecabezas?

―¿Qué se supone que tengo que hacer con el tulipán, la calavera y el reloj de arena, señor?

―Piense, hijo, piense. Que para algo tiene la cabeza ―le contestó su padre mientras abandonaba la sala para acomodarse en sus aposentos.

El chico se quedó con los tres objetos inertes sobre las manos con la misma cara del que veía por primera vez una raya de cocaína. Uno se cuestionaba si esnifarla o salir pitando del sitio en el que se encontraba. Esto mismo fue lo que se le pasó por la mente. No sabía si, meterse por la nariz la arena del reloj y dejar su destino en manos de la suerte o, por el contrario, dejarse de sandeces y desentrañar cuál era el sentido que su padre quería que averiguara.

«¿Para qué demonios me ha dado esto?», rumió. Miró y remiró los objetos. Les dio la vuelta, los escudriñó por arriba, por abajo, de un lado, de otro lado. Quizá le había dejado un mensaje encriptado o algo que le otorgara alguna pista de lo que debía hacer. Cada vez que le hacía entrega de algún objeto, ocultaba una finalidad. Ya podía ser una enseñanza vital o, sencillamente, un rompecabezas para ejercitar el cerebro ―a su padre le encantaba retarle―. Recordó una vez en la que le dejó encima de la cama una llave desconocida. Cuando se levantó dispuesto a salir del cuarto, al bajar la manilla, la puerta estaba cerrada a cal y canto. Intentó abrirla con aquella llave, pero no funcionaba. Así, se pasó la mañana intentando descifrar cómo abrir la cerradura. 

Una sola ventana coronaba la habitación y esta tenía rejas, por lo que descartó rápidamente esa opción. Agarró de nuevo la llave y la miró atentamente, no fuera a ser que se le hubiera escapado algún detalle que contuviera la solución. La introdujo una vez más en la cerradura con el mismo resultado anterior. «Qué cruz de padre», pensó. Se cogió de los pelos como un maníaco. Quería chillar, fuerte. Sin embargo, contuvo las ganas porque sino habría evidenciado una victoria para el progenitor. Hacerle perder los estribos implicaba que le había derrotado y él no estaba dispuesto a eso.

Entonces, se dio cuenta de que la solución la tenía frente a sus narices, pero como se había ofuscado tanto, no había sido capaz de verla. La llave había sido una mera distracción que le había hecho perder el tiempo. En caso de emergencia, siempre guardaba una copia de la verdadera en la mesita de noche. Fue en dirección hacia el mueble y allí estaba. La cogió, abrió la puerta y le entregó la falsa con aire triunfante.

En esta ocasión, se encontraba perdido. Anhelaba que hubiera sido otro juego con las llaves. No era capaz de ver el rompecabezas. Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Un tulipán, una calavera y un reloj de arena. «Estoy jodido. Me va a ganar», susurró para sí. Estaba cansado de pensar. No tenía sentido. Se estaba aburriendo. «A ver, los tulipanes son representativos de los Países Bajos, la calavera, no sé, ¿la muerte? Y el reloj… ¿El tiempo? ¿Y qué demonios significan las tres cosas juntas? La flor me tiene desconcertado», articuló en voz alta. La criada lo vio andar de un extremo a otro de su habitación, repitiendo lo mismo una y otra vez. Se asustó y fue en busca del padre. El chico parecía inestable. El señor hizo oídos sordos de las advertencias de la doncella y le dijo que no se tomara tan en serio todo lo que veía y que volviera a sus quehaceres, que no eran los de cotillear.

Quedaban pocas horas para el anochecer y una de las normas de los acertijos era que debían resolverse antes de que el sol se ocultara. El tiempo apremiaba y el chico seguía sin la respuesta. Su padre intentó calmar su desazón, pero el chico le cerró la puerta en las narices antes de que pudiera entrar. Se sentía tan decepcionado que no quería verle la cara al causante de su fracaso. Perdió. Anocheció y no tuvo explicación para el sentido de aquellos tres objetos. Se dirigió a los aposentos del padre y se los devolvió sin levantar la vista del suelo.

―Aquí tiene. No he sido capaz de comprender qué me quería enseñar ―le dijo muerto de vergüenza.

―No se preocupe, hijo. Quizá le falte madurez para comprenderlo. Siéntese que se lo voy a explicar ―le contestó.

―¿De veras? ¿No está furioso conmigo? ―le preguntó el chico incrédulo.

―No, claro que no. ¿Por quién me toma? Siéntese y escuche.

El chico tomó asiento en uno de los sillones que se encontraban en la entrada de la habitación y el padre le imitó.  

―Verá, hijo. Sabía de antemano que este enigma sería complejo para usted. Lo que quería trasmitirle era que la vida, es decir, la flor; la muerte, la calavera; y el paso del tiempo, el reloj de arena, son tres piezas claves que están interconectadas entre sí. La una no puede estar sin la otra y viceversa. Esto se extrapola en que si deja pasar el tiempo sin más, la vida derivará en la muerte. En cambio, si solo piensa en la muerte, la vida y el tiempo se esfumarán. Así, debe comprender que lo importante es centrarse en la vida que brota, porque mientras uno vive, aunque la muerte esté presente y el tiempo siga su curso, lo cual es inevitable, al menos podrá tocar, oler, ver, escuchar y degustar todas las experiencias que, a su debido tiempo, llegarán. Viva el presente, aproveche el tiempo y no espera a la muerte. Ya se encargará ella de encontrarle.

―Vale. Lo he comprendido. Usted quiere que no piense en nada más que en lo que vivo ahora, ¿sí? Que saque provecho de cada día y así, el tiempo pasará sin que yo esté pendiente de él al igual que de la muerte, ya que mientras viva el presente, significará que soy consciente de todo lo que hago sin distracciones. De lo contrario, viviría una mentira basada en el pasado que ya fue y en el futuro que no existe. ¿Le he entendido bien? ―le preguntó.

―Me ha entendido a la perfección. Estoy muy orgulloso ―le contestó el padre. Se levantó del sillón, se acercó a su hijo y le regaló un beso en la sien.

―Muchas gracias por esta lección. Es usted excepcional. No la voy a olvidar jamás. Ya no temeré a la muerte ni tampoco me preocupará el paso del tiempo porque solo me voy a centrar en vivir aquí y ahora. Le quiero mucho, padre.

―Yo también, hijo. 










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Comentarios

  1. He tardado pero aquí estoy. Lo que pensé cuando lo leí por primera vez fue que yo no hubiera sido capaz de meterme en un jardín así. La temática que planteabas era tan elevada y abstracta que se podía enfocar de muchas maneras y crear relatos de todo tipo. Me gusta que lo resolvieras de una forma diría que sencilla. Creo que de esa escena y esos personajes que has creado se podría hacer más que un relato fíjate. 😘

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    1. Jajaja. Coincido contigo. Era un berenjenal. Intento ponerme retos y, en esta ocasión, me dije: "Venga, va de aquí tiene que salir algo." Empecé a escribir y cada vez me iba liando más jajaja pero tenía que zanjarlo como fuera y al final lo conseguí, así que estoy contenta. Muchas gracias por tu apreciación querido Antonio.

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