Los amantes II
Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), el relato de este domingo es la segunda parte de Los amantes, que se encuentra en la entrada del 28 de julio de 2024.
Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo.
Posible título: Los amantes II
Todo empezó como aquello
que no se planeaba, de repente. Apareció en mi vida sin avisar, para
sorprender y hacerlo todo añicos sin que me diera tiempo a darle al botón de
alarma. Poco a poco, sigilosamente, pero con intenciones y objetivos
arrolladores. No pude ser más tonta, más inexperta y más ingenua. O quizá no
pude ser de otra manera.
Nos conocimos trabajamos
juntos. Yo tenía diecisiete años y él veintiocho. A mí me habían ofrecido el puesto de office en la cocina de un
restaurante, y él era el encargado de la barra aunque las veces hacía de camarero. Al principio
pasó desapercibido para mí. Pero un día, sin haber cruzado más palabras que un
buenas tardes y un hasta mañana, pasó por mi zona de trabajo y me tocó las
caderas porque no había espacio suficiente para pasar ―había hueco de sobra―.
Me quedé mirando en su dirección un tanto extrañada. «¿Pero bueno, ¿y este?», pensé. Con aquel pequeño abrazo ejercido a mi cuerpo dejó claro que ahí estaba él. Con el derecho necesario para tocarme. Aquella primera caricia fue la premisa del ansia de contacto físico, aunque fuera sin permiso y con ingenuidad aparente. Si hubiera sabido todo lo que sucedería después, le habría cortado las manos con el chuchillo filetero. O quizá no pudo ser de otra manera.
Apenas manteníamos una conversación sólida. Sólo me miraba. Constantemente. Tenía los ojos marrones, que en la noche oscurecían tornándose en un apagón en una casa sin ventanas. Podía llegar a asustar. La imposibilidad de ver lo que se tenía en frente me generaba desconfianza a la par que intriga. Como cuando se veía una película de miedo. Uno se cubría los ojos con la mano, pero dejaba un hueco para no perderse nada. Yo no me fiaba de él y este lo sabía. Tenía que conseguir que me amelcochara. De lo contrario su ego no podría soportarlo. Con una estrategia bastarda y necia consiguió mi número de teléfono, y así se fue creando un sitio propio en mi cabeza. A cada mensaje levantaba una pared más del zulo. Al cabo de un tiempo colocó un sofá cómodo, una mesita de café para apoyar los pies y una alfombra de seda. Allí, en su mansión de la persuasión, se sentó a observar cómo caía en su red. No era la primera vez que lo hacía, pero sí la primera que le salía mal.
Fue cuando empezamos a
intercambiarnos mensajes que me enteré de que tenía pareja. Pero ya era
demasiado tarde. Estaba atrapada. Nos encontrábamos en el fin de un
servicio y estábamos cenando todos juntos en la terraza del restaurante. Ella
también estaba. Para ser concreta, a tres sillas de mí y a dos de él. De
repente, el jefe recordó que no se habían revisado todos los
electrodomésticos, así que nos mandaron a
los dos a la cocina para comprobar que no se había quedado nada encendido. Una
vez estuvimos dentro me invitó a una zona más apartada y allí, entre
lavavajillas y cámaras refrigeradoras, sin preámbulos, me dejó extasiada. No me
dio tiempo a reaccionar cuando ya me había envuelto en sus brazos y empezado a
besarme con desesperación. Recostados contra la pared gozábamos del intercambio
de fluidos al mismo tiempo que acariciaba mi cuerpo de arriba abajo, como si
estuviera comprobando que, de hecho, era real. No fueron los besos, fue el
momento. Los sentimientos. Esas ganas reprimidas, prohibidas. Revueltas con un
apetito previamente cocinado a fuego lento, para que después fuera mucho más
intenso. Y así fueron dos meses de mi vida. Intensos. Repletos de un falso y
oscuro entusiasmo.
¿Y los sentimientos de ella? ¿Y él? ¿Cómo pudo hacerlo? En aquel momento ni siquiera me lo planteé. Me importaba tres cojones, para ser clara. Lo que había sucedido se escapaba de mi propia voluntad. Abandoné mis principios y me dejé llevar como un río por la corriente que él mismo había propiciado. Fue increíble. De un momento a otro se elevaron las sensaciones a su punto más álgido, el ritmo cardíaco nos iba a cien pulsaciones por minuto y nos unimos, durante tan sólo unos minutos, en una espiral desenfrenada y abrumadora que estuvo a punto de hacer que se nos fuera de las manos. Suerte de nosotros que recobramos algo de lucidez y paramos. No puedo negar que fue apasionante a la par que insólito. Sentí lo más parecido a un chute de adrenalina, y la autoestima se me subió al instante ―sabe Dios por qué―. Una parte de mí sabía que aquello no estaba bien aunque no quise escucharla. Lo que me atraía hacia él era mucho más fuerte que mi cordura. Más anchos que largos, volvimos a la mesa y guardamos la compostura. Ignorando por completo todo lo que, más tarde, se nos vendría encima para hundirnos. Ignorando el hecho de que acabábamos de comernos la boca y tocado nuestras partes más íntimas, a menos de dos metros de ella.
El primer día que
follamos en su casa tendría que haberle dejado. Pero no podía. Estaba
enganchada. Obvié que del cabecero colgara un reguero de fotografías
instantáneas de recuerdos juntos, una de Disneyland, otra con el perro, otra
con el sobrino, que en la mesita de noche de la izquierda estuviera la agenda
de Mr.Wonderful con los recados pendientes por hacer: ir a comprar; recoger el
paquete; pedir cita para el ginecólogo; hice la vista gorda de la ropa interior
que yacía en el suelo, de la nota de amor en el tocador y de las rosas frescas.
Eludí el pensamiento de que allí, en terreno hostil, yo era la segunda, la
otra, aunque me creyera la protagonista.
Nos duchamos juntos. No
por limpiar los pecados, sino para seguir acumulando. Durante los dos meses que
compartimos juntos nos dio tiempo a levantar una torre de babel en la que
escondimos todos nuestros secretos. Creamos un lenguaje propio, unas miradas
concretas, unos gestos, un medio de comunicación al que sólo teníamos acceso él
y yo. Hasta que ella la descubrió.
Antes de la destrucción
viví la desesperación de una mentira decadente. La desesperación de aferrarme a
un palo hirviendo porque me había acostumbrado a la quemazón. La desesperación
de verle cogido de la mano de ella mientras me escribía que me quería. La
desesperación del escondite. La desesperación de desesperarme porque no le
tenía. La desesperación de buscar cualquier migaja de amor en el lugar
equivocado. El amor no se ruega, joder.
Cuando se descubrió el
pastel yo ya estaba muerta. Muerta por haberme entregado a él. Muerta por haber
cedido a una doble vida. Muerta por haber bregado con sus celos ―se cree el
ladrón que todos son de su condición―. Muerta por haber soportado no poder asistir
ni a una comida familiar. Muerta por haberle permitido que me destrozara el
cuerpo a base de besos contaminados. Muerta por haberme perdido. Perdí la
cuenta de las veces que me juró que la dejaría. Perdí la cuenta de las veces
que me lo creí.
Igual que ella, se enteró todo el pueblo. Lo dejaron, pero por puro imperativo social no porque quisiera formar nada conmigo. Intentamos estar juntos a pesar de las miradas y los juicios, pero fue insoportable. Retomaron la relación ―decisión sobre la que no me pronunciaré― y yo me quedé en un abismo que me atraía a lanzarme, pero al que no sucumbí. Fue lo mejor y lo peor que pudo haber ocurrido. El mundo se me cayó encima, pero ¿qué importaba si mi mundo era una mierda?
Siempre que lo recuerdo no me arrepiento. Ahora no me embarcaría en una cuestión de tal calibre, pero lo vivido no me lo quita nadie y siempre tendré una película que contar y unos lectores a los que entretener.
¿Qué os ha parecido? ¡Escribidlo en los comentarios! ¡Os leo!
Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️
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Al leer “Los amantes II” tuve que releer “los amantes” porque no encontraba ningún nexo de unión entre uno y otro, pudiera ser también por mi mala memoria.
ResponderEliminarNo esperaba ese giro o ese motivo del relato de “Los amantes II”, sin embargo al tener tanta pasión y emociones, entiendes mejor el primer relato.
Me ha gustado mucho la referencia teológica de la torre de Babel, será que ahora mismo estoy dando eso en clase con mis alumnos jajajaja
Felicidades por el premio y es un placer leerte siempre
Muchas gracias por el comentario, Expectante del mundo (:
EliminarPara mí es un placer leer los comentarios. Siempre me ponen contenta (:
En cuanto al nexo de unión, es cierto que hay que volver a leer el primer relato porque en este empiezo directamente contando la historia pasada sin hacer referencia a la primera parte.
Como no me gusta repetirme voy a obviar las cualidades que me fascinan de tus relatos que ya te he dicho otras muchas veces.
ResponderEliminarA lo mejor es que no me he dado cuenta antes pero ahora lo hago. Me encanta tu capacidad de hacer una literatura de hoy día pero sin olvidar de trabajarte el texto, las palabras, sencillo pero sin simpleza.
P.D. Yo me he leído esta segunda partesin reelerme la primera y aunque puedan conectarse funcionan perfdctamente por separado.
😘
Muchas gracias, mi querido Antonio!!! (: La verdad es que es lo que me gusta hacer. Justo eso en lo que has reparado. Escribir de lo cotidiano, pero siempre intentado que el texto cuente con calidad literaria (:
Eliminarme flipa el "simil"/ "metafora" o lo que sea que hace con el zulo. me parece súper gráfico y ajustado a lo que se está describiendo. me ha gustado mucho este, me ha parecido muy humano
ResponderEliminarJopé, ¡qué ilusión! ¡Muchísimas gracias!
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