Un bingo y una familia
Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), el relato de este domingo está inspirado en un día en que fui a la playa y escuché a una familia jugar al bingo. Las dos primeras líneas del relato, sucedieron. Mantuve una conversación acerca del tema con mi compañero de piso. El resto, pura ficción.
Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo.
Posible título: Un bingo y una familia
―Tío, fui a la playa el otro día y justo a mi lado
había una familia con un chambao jugando al bingo. Estaba yo ahí sentada
en la silla tomando el sol oyendo de fondo al patriarca cantar los números, y me
entraron unas ganas tremendas de unirme a ellos y pillarme un cartón ―le conté
a mi compañero entre risas.
―Pues a mí me habría encantado tener una familia
con la que poder echar ese bingo.
Ante tal comentario me quedé muda. No me lo
esperaba. Me invadió una pena que no amparaba el dolor de mi compañero de piso.
Hace cuatro años que vivo en un piso compartido y
tres que lo hacemos las mismas personas. Algunos congeniamos mejor que otros,
pero toco madera para seguir como estoy, ya que se escucha cada historia de
convivencia con extraños… Nosotros, más allá de algún roce porque uno había
dejado los platos sucios en el fregadero demasiado tiempo u otro la ropa
tendida hasta que se había quedado tiesa, no habíamos tenido ningún problema
que requiriera la aniquilación inmediata de uno de nosotros. Compartir con
desconocidos podía ser todo un túnel del terror o un viaje de fantasía. Pura
lotería, arbitrariedad.
Aquel día en que le conté con espontaneidad mi hallazgo
en la playa a M. me quedé pensando en lo dura que podía llegar a ser la
existencia en soledad. Por mucho que se abogara a favor de ella. Y también en lo
distinta que podía percibirse una misma realidad.
Mientras unos deseaban no tener familia, otros lo anhelaban.
Mientras unos deseaban la muerte súbita de algún familiar, otros esperaban la
resurrección. Mientras unos imploraban que les dejaran en paz, otros rogaban un
poco de atención. ¿Acaso se podía echar de menos algo que no se había tenido
nunca? Desde luego que mi compañero sí.
Quizá lo más preciso no era ese sentimiento de añoranza,
sino la idea de que era eso justo lo que necesitaba para cubrir el vacío de lo
que no había tenido. ¿Qué era lo que necesitaba mi compañero exactamente? ¿Un
bingo y una familia? Si él quería podíamos comprar uno en el chino de abajo.
En cuanto barajé la idea llegué a la conclusión de
que podía serle de ayuda, así que lo hice. Dos días más tarde les reuní a
todos en el salón y les invité a echar un bingo. La del bombo sería yo, eso
por descontado. Me iban las dotes de mando. Después de no sé cuánto tiempo,
disfrutamos de un rato los cuatro juntos entre risas y números. Había etapas en las que íbamos cada uno a lo nuestro. A veces incluso ni nos saludábamos. Hasta que no nos juntamos, no nos percatamos de lo necesario que era relacionarnos y de los privilegiados que éramos de estar ahí. «Esto
tendríamos que hacerlo más, eh», les dije cuando nos sentamos a la mesa. Nos
miramos y prometimos que lo haríamos.
Repartí los cartones y establecimos que para la
línea no habría premio. Solo para el que cantara bingo. El afortunado quedaría
exento de limpiar durante un mes. La tensión se palpaba en el ambiente. Tenían
la mirada fija en los números que les quedaban por tachar. Todos enfocando la
energía en no tener que limpiar el baño. Yo me recreaba en el papel de binguera
y cada vez cantaba las cifras con más lentitud regocijándome en mi dominio. Los
tenía subordinados a mi decisión de pronunciar, o no, el número de la bolita. Les
iba a dar un infarto.
Finalmente, quizá porque el destino quiso otorgarle una tregua o porque sencillamente yo soy la que decide qué pasa a continuación, el primero en completar el cartón fue M. Una familia al uso no había ganado. Sin embargo, lo que estaba claro era que podían existir muchos modelos de esta y nos encontrábamos rodeados de uno de ellos. Malos perdedores como eran los otros dos, convencieron a M. para cambiar las normas y decidieron que solo se haría efectivo el premio al mejor de tres. Así pues, dos cartones más después, el azar le siguió otorgando el privilegio a M. Fue su día de suerte en todos los sentidos.
¿Qué os ha parecido? ¿Qué título le pondríais vosotros? Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!
Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️
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Claudia, tu relato me ha dejado reflexionando profundamente. Has sabido tejer varias ideas alrededor del concepto de la arbitrariedad, utilizando el bingo como metáfora de la vida misma. Esa sensación de echar de menos algo que nunca se ha tenido me resulta muy cercana. En mi propio entorno familiar, he vivido cómo la ausencia de alguien a quien ni siquiera llegué a conocer ha dejado un vacío palpable. Es curioso cómo podemos sentirnos incompletos por la falta de algo que jamás experimentamos, y, sin embargo, con el tiempo, aprendemos a convivir con esa ausencia hasta que, en cierto sentido, deja de importar tanto.
ResponderEliminarMe ha conmovido la forma en que captaste la carencia de tu compañero de piso y cómo, de manera tan simple y genuina, intentaste colmar ese vacío. El final de tu relato me sacó una sonrisa. Es hermoso leer cómo, a través de un pequeño gesto como organizar una partida de bingo, conseguiste crear un momento de conexión y alegría. Este gesto, aunque sencillo, resuena como un recordatorio de que, en cualquier tipo de "familia", las relaciones humanas tienen un poder transformador cuando les prestamos la atención que merecen.
Tu historia, al final, nos enseña que la soledad, la ausencia, y las carencias pueden verse mitigadas, aunque sea momentáneamente, con pequeñas acciones que nos reconectan con quienes nos rodean. Gracias por compartirlo, realmente me ha tocado.
J. (el que te dejó sin luz en la cocina)
Muchas gracias por compartir aquí tus impresiones y tu experiencia personal, J. Han sido toda una caricia tus palabras. Me emociona que te haya conmovido. Al final lo que busco es llegar a vosotros (:
EliminarAlgo tan sencillo y lo feliz que nos hace! Seguro que a M. le salió una gran sonrisa 😊
ResponderEliminarAy, ¡Ignacio! Muchas gracias por tu comentario (: Desde luego que sí. Algo sencillo, pero que no necesita de más para pasar un buen rato!!!
EliminarMe ha gustado mucho que de la reflexión sobre la soledad que podía ser más seria, filosófica e incluso triste, hayas optado por pasar de largo y contar algo alegre y luminoso.
ResponderEliminarLa escena de tu relato,si te fijas, encierra la filosofía de nosotros los del sur, la de cualquier excusa es buena para echar el rato con los nuestros. Un bingo es de nuestras mejores excusas jajaj.
Título alternativo: ¡Van bolichas!😜
😘
Me gusta que te guste (: Tú siempre mirándome con buenos ojos. Jajajaja, totalmente. Muy de nosotros eso de echar un bingo y pasar un buen rato. Muchas gracias por tu comentario, y en cuanto al título, ¡me encanta! jajajajajajajajaj
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con los comentarios anteriores.
ResponderEliminarEl azar, la arbitrariedad y/o casuística son temas bastante populares de conversación por la diversidad de creencias y opiniones.
Al final tenemos que aprender a vivir “con lo que nos toca y apechugar con lo que viene”, como diría mi abuela.
Me gusta el enfoque y estilo.
Espero que si algún día “cantas” los números de un bingo te sepas todas las rimas 😜
Totalmente de acuerdo con tu abuela, Expectante del mundo jajajaj. La vida es pura lotería. Hemos venido a jugar y a que tenga que ser lo que sea!! jejejeje Muchas gracias por tu comentario y me alegra que te gusten el enfoque y estilo. En cuanto a lo último, alguna rima me sé... jajajajja Un saludo (:
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