Un par de aros
Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), el relato de este domingo ha surgido a raíz de ver unos aros en mi cuarto. Estaba vacía de ideas, me quedé mirando a mi alrededor y reparé en ellos. Al verlos, pensé que tal vez podía construir una historia en la que fueran los protagonistas, y he aquí el resultado.
Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo.
Posible título: Un par de aros
Había una chica, en un pequeño pueblo de una gran ciudad, que
cambiaba de pendientes cada semana. El primer lunes del mes vestía las orejas
con unos aros enormes. Más grandes que toda su cara. Cruzaba la puerta del
instituto con pasos firmes y afianzados. Como si se dirigiera al campo de
batalla con la convicción y seguridad de la victoria. A cada movimiento, los
pendientes acompañaban sus pasos balanceándose de un lado a otro generando una
sinergia incapaz de no atraer las miradas del resto de estudiantes. Se
maquillaba los párpados con una sombra oscura, se ponía unas pestañas de
infarto y se pintaba la raya de los ojos perfectamente recta; con el rabo bien
hacia arriba y puntiagudo. Los labios se los perfilaba de un tono más oscuro del
suyo natural y rellenaba el resto de la piel con otro tono más oscuro que el
perfilador para resultar con unos labios carnosos y gruesos. Portaba consigo una
bolsa de chicles, cogía uno y lo mascaba hasta que el sabor se disolvía. Cuando
entraba en clase, con un nuevo chicle en la boca, creando pompas de saliva y
goma, todos se quedaban embobados con su figura. La seguridad que emanaba su aspecto
granjeaba admiración. Así, su día transcurría entre elogios y ademanes de
conquista.
El segundo lunes del mes vestía las orejas con unos aros
diminutos. Casi imperceptibles. Daba la sensación de que los llevaba puestos
para que no se le cerrara el agujero y nada más. Cruzaba la puerta del
instituto con pasos cortos para no llegar la primera y perderse entre el
tumulto de adolescentes. La pisada era tan suave que el asfalto le daba las
gracias por tener una consideración que no era necesaria. Los pendientes no se
movían. Estaban pegados al cartílago, como si tuvieran miedo de ser visibles.
Cuanta menos gente se percatara de ellos, mejor. Lucía la piel virgen, con el
único atrevimiento de lubricarse los labios con cacao. Siempre llevaba un
atuendo negro y apuraba hasta que sonaba la campana para entrar a clase. Cuando
lo hacía, nadie la miraba. Ni siquiera el profesor de turno. Nadie le hablaba.
Nadie le otorgaba evidencia alguna de que existía.
El tercer lunes del mes vestía las orejas con unos aros que
desafiaban toda creatividad. Eran de tamaño mediano, pero no seguían una
curvatura perfecta. Todo lo contrario: el diseño entrañaba dos aros
entrelazados en uno haciendo que se formara una estructura más gruesa. Un aro
era plateado y el otro dorado. Encima del entrelazado descansaban perlitas de
color esmeralda. Eran unos pendientes que cualquiera no se los podía permitir.
Cruzaba la puerta del instituto con pasos seguros y alargados. Como si fuera
una modelo cruzando la pasarela. A cada movimiento, los pendientes se
balanceaban lo justo para atraer miradas de los más curiosos. Algunas chicas se
acercaban para elogiarla y quedaban atónitas al comprobar que aquellas piezas
no eran falsas. Llevaba un maquillaje sutil, pero que realzaba su belleza
natural. Un poquito de base para tapar imperfecciones y un poquito de máscara
de pestañas eran suficientes. Vestía con gusto, enfundada en un mono largo de
color verde con escote en pico y unas sandalias planas de la marca Alohas. Suscitaba
la apariencia de ser una chica inalcanzable. Cuando entraba en clase, el que no
le quitaba el ojo de encima era el profesor. Parecía una alumna muy madura para
su edad, destacaba del resto en elegancia y presencia. Mientras aquel docente
fantaseaba con llevársela a la cama, el resto de la sala se limitaba a esperar
que esa chica inaccesible les devolviera el follow en
Instagram.
El cuarto y último lunes del mes vestía unos aros simples. De
tamaño mediano y de plata de ley. Cruzaba la puerta del instituto sin más, como
un acto rutinario. Los conocidos la saludaban con una sonrisa amable y ella la
devolvía. Vestía ropa cómoda que no simple. Unos pantalones de lino y una
camiseta ceñida que realzaba su figura era lo que solía escoger de su armario
por las mañanas. Cuando entraba a clase su mejor amiga siempre le guardaba un
sitio a su lado. Era la semana que más a gusto se sentía. Tanto con los
pendientes como con su personalidad. Disfrutaba de la sencillez, de ser
felizmente normal y llevar una vida tranquila en la que no se preocupaba por parecer
una malota; en la que no le daba miedo mostrarse al mundo; o en la que ser la
mejor y la más guapa tampoco era una inquietud.
Sin embargo, por alguna razón desconocida, al empezar un nuevo mes, le tocaba deshacerse de la personalidad que más le gustaba. Ella no quería, pero las orejas mudaban solas por arte de magia.
¿Qué os ha parecido? ¿Qué título le pondríais vosotros? Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!
Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️
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Ayyyy cómo me gusta que tú también te metas en lo fantástico jeje. La historia es redonda y el mensaje que se puede sacar de su lectura es muy bueno.
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Debo decir que no fue intencionadamente. La historia se construyó sola y al final terminé metida en lo fantástico, sí jejeje. Como siempre, gracias por tu apreciación al relato querido Antonio!!!
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