Crisopeya
Como os adelanté por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), el relato de este domingo encierra su magia en la crisopeya. En el comentario de Antonio Mulero en Un beso en la frente (entrada del 21 de julio de 2024), le confesé que una de mis aficiones era encontrar palabros para mí desconocidos y ponerlos en uso. He aquí una de esas palabras que descubrí esta semana y que me inspiró para el escrito.
Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo.
Posible título: Crisopeya
Mi tatarabuelo se dedicaba a la orfebrería,
profesión que se fue transmitiendo de generación en generación hasta llegar a
mis manos. Pertenecemos a una familia de clase baja que vive en la austeridad,
pero ni somos aciagos ni pasamos penurias ni nos pasamos el día en contienda
con el mundo culpándolo de la pobreza que nos rodea. De hecho, no hay día que
mi padre no muestre su dentadura desprovista de las dos paletas, ni hora en que
mi abuelo, aún entre nosotros en el oficio, cuente su chiste más valorado: «Le
preguntan sus nietos al abuelo: ―Abuelo, ¿cómo quieres que te enterremos? Y él
responde: ―¡Muerto que os conozco!». Lo cuenta todos los días y todos los días
me troncho de risa.
Habitamos en una pequeña aldea en el norte de
España. Aquí nos conocemos todos y entre todos nos ayudamos en lo que haga
falta. Nuestro vecino más cercano, Alfonso, se dedica a la metalurgia, por lo
que, desde hace años, trabajamos codo con codo. Un poquito más lejos se encuentra Adela. Ella se dedica a la cerámica y nos regala vajilla hecha por sí misma
para que tengamos un recipiente en el que echar la comida. A un kilómetro
tenemos a Felipe; él se dedica a la agricultura y, según la temporada, planta
tomates, pimientos o lechugas. Él nos regala productos de su cosecha para que
podamos tener algo que echarnos a la boca. Al lado de Felipe vive Arsenio,
quien vive por y para sus vacas. Él, de vez en cuando, nos regala leche y
alguna cuña de queso, pero hace un mes que no nos puede dar nada porque lo
entrega todo a unos señores con traje con los que firmó unos papeles de los que
desconozco el contenido. Por último está Beatriz, la que más alejada se
encuentra. Ella se dedica a tejer y es la que nos provee de ropas. De entre
todos, los más menesterosos somos Alfonso y nosotros. La orfebrería está en
decadencia y la metalurgia va de la mano con ella aunque esta última tiene un
paso. Quizá Alfonso deba mudarse a la ciudad para poder explotar sus
conocimientos en una fábrica, pero nosotros tenemos poco que hacer.
Hace más de un siglo nuestra estirpe era opulenta.
De hecho, la aldea no era una aldea, sino un pueblo de los más ricos de España.
Mi abuelo siempre rememora la historia de nuestra familia a cada rato. Existe
una leyenda familiar en la que se sostiene que nuestro tatarabuelo número diez trabajaba con
una corona mágica. Ya la podrían haber guardado mejor, pienso yo. Se perdió con
el tatarabuelo número cuatro, creo. Se decía que quien trabajaba con ella enfundada en la
cabeza, trasmutaba cualquier metal en oro. Hasta los reyes del reino acudieron
a mi familia para vestir de oro sus palacios. Era inaudito. Nadie en la Tierra
era capaz de transformar los metales. Mi familia recibió visitas incluso de regidores
foráneos que acudían en busca de la magia de la corona para obtener, a partir
de los metales más asequibles, riqueza de color dorado. Se hicieron de oro,
nunca mejor traído. Sin embargo, un día, desapareció. Al principio se
pensó que la habrían robado, pero nunca más se oyó hablar de nadie que
convirtiera metales en oro, así que la dieron por perdida. Desde entonces, y
gracias a la leyenda, nos dedicamos a recrear la que fue la corona más preciada
durante muchos años, y que pocos recuerdan ya, y a crear alguna pieza de manera
ocasional.
Siempre hubo algo que no me cuadraba de aquella historia. ¿Cómo podía ser que se perdiera sin más y se dieran por vencidos tan fácilmente? Hoy, preso de dudas, he decidido someter a mi abuelo a un interrogatorio. En un primer momento he hecho de poli bueno, pero se ha limitado a contarme lo que yo ya había escuchado millones de veces, así que me he visto obligado a mutar. Me he convertido en un poli malo, malo. Me he tragado muchas pelis y series policíacas, por lo que he desempeñado mi papel a la perfección, y ha desembuchado. Ha confesado el mayor secreto jamás guardado en mi familia: aquella corona existió, pero nunca fue mágica. Era un fraude. Mi familia, en realidad, había sido una gran estafadora. Resultó que se dedicaban a fundir las piezas de cobre o plata que la gente les traía, y las bañaban en una pintura amarillenta que simulaba a la perfección el elemento químico número 79. Después, vertían el líquido resultante en los moldes de las piezas y esperaban a que se secaran para devolverlas de nuevo como si, por gracia de la corona, se hubieran hecho de oro. La corona sólo era un ornamento de la función que les otorgaba nombre y fama. Cuando esta desapareció y la actividad cesó, la guardia les había pillado. Hacía tiempo que les investigaban, pero a cambio de un módico sobre repleto de dinero, simularían que había sido una simple desaparición, y así salía ganando tanto la policía como mi familia. A decir verdad, me he quedado pasmado, pero lo que aún más me ha sorprendido ha sido que, conociendo la realidad de los acontecimientos, mi abuelo siga perpetuando la historia. Le he preguntado el motivo, y entonces se ha limitado a contestarme que, a veces, es mejor creer una mentira que te haga feliz que conocer una verdad que te desgracie.
¿Qué os ha parecido? ¿Qué título le pondríais vosotros? Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!
Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️
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No me esperaba el "plot twist" del final. Cada vez te superas más, Claudia.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Solo por las risas, creo que lo titularía "Chapado en oro".
Muchas gracias ✨
Ay, jopé. Muchísimas gracias, de verdad. Este tipo de comentarios me emociona. Gracias a ti por comentar y leer el relato. En cuanto a la propuesta de título, me ha hecho reír jajaja tiene un toque de humor que nunca viene mal. ¡Me encanta!
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