Asimilando tu pérdida
Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), esta entrada es la más personal; un desahogo que he decidido compartir.
Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, Claudia Tevar Crespillo.
Posible título: Asimilando tu pérdida
¿Cómo es posible que ya no
estés? ¿Cómo es posible que ya no vaya a recibir ningún mensaje tuyo? ¿Cómo es
posible que la vida haya pasado tan rauda? Hemos estado juntas veinticinco
años y han sucedido más rápido que un pestañeo. Lo único que me apena es no
haber podido disfrutar más horas contigo. Ojalá haber exprimido mejor el
pasado. ¿Ahora quién me va a ofrecer toda su nevera? ¿Quién me va a mandar
fotos con mensajitos motivadores? ¿Quién me va a decir todos los días que coma
y que me quiere más que a su vida? ¿Quién me va a sacar de quicio y va a
conseguir que me dure el enfado un milisegundo? ¿Con quién voy a ver First
dates? ¿Con quién me voy a reír porque no lleva dentadura? ¿A quién le voy a
dar charla durante horas? ¿A quién voy a acompañar al baratillo? ¿A quién voy a
querer más que a ti, abuela?
No sé si mirar al cielo. O
si mirar el marco con nuestra foto. No sé a dónde mirar porque no tengo la
certeza de que me veas. Ojalá estuvieras aquí. Sé que sigues conmigo. Y eso me
pone triste y me enorgullece al mismo tiempo. Me dijiste pocos días antes de
morir, entre lágrimas, que «La abuela va a estar siempre contigo, ¿sabes?». Y
no se me va a olvidar jamás todo lo que has hecho por mí y todo lo que me has
amado. Sé que me cuidas. Lo creo de verdad. Creo también que Dios tiene un plan
perfecto y que tenía que ser así. Tenías que irte. Y lo aceptaré y te viviré
desde tu energía que aún pulula por la Tierra.
Ay, abuela. Te quiero tanto.
Tantísimo. Y tuvimos nuestras diferencias. Pero hacía tiempo que las dejamos a
un lado y tan sólo nos dedicamos a estar la una para la otra. Sabía que no ibas
a ser eterna, pero las dos esperábamos con ansias que vinieras a mi graduación
para colgarme en el salón. Ahora, en soledad, escribiendo esto, no dejo de
llorar. Me duele no volver a abrazarte. No volver a besarte. No volver a
taparte con las sábanas. No volver a decirte te quiero y que tú me contestes
que tú más. Es que no me lo creo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede ser?
Sé que debo seguir adelante.
Y lo conseguiré. Por ti y por mí. Porque nos lo debo. Mis sueños eran los tuyos
también y los realizaré. Nunca permitiré que nadie me quiera menos de lo que tú
lo hiciste, abuela. Te lo juro. Me enseñaste muchas cosas. Y de entre todas,
que me las guardo para mí, la que decido escribir es la de que la vida hay que
lucharla y hay que trabajarla. Abuela, trabajaré para que veas que soy
escritora. Para que me acompañes en cada viaje, en cada firma y en cada libro.
Abuela, lo eras todo: el
aire, el fuego, el agua y la tierra. Eras la energía vital al completo. Eras el
viento, un torbellino que lo ponía todo patas arriba, pero siempre en el buen
sentido. Eras el fuego de la pasión, del furor, de la fuerza que albergabas en
tu interior y que bien sabías exteriorizar. Eras el agua del mar del
Mediterráneo al que tanto te gustaba acudir. Eras la paz de darse un baño en
verano y la energía de dárselo en invierno. Eras la madre tierra. La raíz de la
familia que sacaste adelante. La base que nos sustentaba y que nos impulsaba
hacia arriba.
Y digo eras no porque ya
vaya a hablar de ti en pasado, sino porque ahora eres otra cosa. Ahora eres un
ángel. Un ángel protector que me sigue en cada paso, dándome empujoncitos, con
cariño, para que no me pare con tu pérdida, para que la asuma y viva la vida
desde la plenitud y el agradecimiento por haber podido estar contigo hasta el
último día en que estabas aquí.
Cuando constaté que te ibas,
dejé de tocar tu cuerpo. Ya no eras tú. Sólo materia y sentía que no debía
poner las manos encima de algo que ni me pertenecía a mí ni te pertenecía a ti.
No sabes ―o quizá sí― cómo me ponía cuando veía que te acariciaban la cara sin
tu permiso. No quería que nadie te tocara. Era como si fueras sagrada. Como si
fueras una divinidad a la que no se le podía poner una mano encima. Sigo pensando
que no hay que tocar a los muertos.
El duelo es complejo. Hay días en que estoy bien, con ilusión y motivación. Otros en los que lloro como
una magdalena. Otros en los que tengo ganas de cachondeo y momentos diarios en
los que tu recuerdo me invade la mente y se me encoge el corazón. Incluso a
veces, caminando por la calle, me descubro mirando al cielo pensando en ti.
Pero tranquila, que llegará el día en que te recordaré con una sonrisa de oreja
a oreja, acordándome de los buenos momentos y ya no me dolerá tu pérdida.
Gracias por todo, abuela. Te amo.
¿Qué os ha parecido? ¿Qué título le pondríais vosotros? Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!
Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️
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Soy uno que ya estaba en ese club en el que tú acabas de entrar. Esto que te digo no te lo digo como consejo porque sé que no lo necesitas, pero cuando nos pasan estas cosas es importante repetirnos lo que un día nosotros mismos diremos a quien dejemos aquí: "no llores porque me fui, alégrate por lo que fui".
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Querido Antonio, esa frase me ha venido genial. No sabes cuánto. Muchas gracias
EliminarQuerida Claudia, te abrazo con el alma! Gracias por compartir lo que hay en tu corazón.
EliminarGracias a ti por estar aquí, querida Jose. El abrazo va de vuelta.
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