La tinta de mi abuelo

Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), este es el relato que presenté al concurso La Savia de El Bosque y, aunque no he resultado ganadora, he querido compartirlo con vosotros. Las bases del concurso las podéis encontrar en el siguiente enlace: BASES DEL CONCURSO – LA SAVIA DE EL BOSQUE

Para vosotros, escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, 

Claudia Tevar Crespillo

Posible título: La tinta de mi abuelo

Mi abuelo nació el 1 de octubre de 1936, justo el mismo día en que se daba a conocer por radio que Franco se autoproclamaba caudillo de España. Salió de dentro para afuera hasta la vagina pasando por el cérvix con tal impulso que desgarró el órgano sexual de su madre. Fue un bebé prematuro que asomó escuálido y desfigurado, pero con una personalidad ya constatable en las notas de su llanto. Pesó «menos que una pluma», en boca de mi bisabuela, quien falleció horas después del parto desangrada sobre una manta áspera y roída en el comedor de su casa. Mi bisabuelo se encontraba luchando en el bando republicano y nunca más se volvió a saber nada de él ni de su destino.

Así, mi abuelito, como siempre le he llamado, se crio con su tía, la hermana de su madre que asumió la responsabilidad de cuidarle, y su tío; acérrimo al bando nacional y fiel al caudillo. A pesar del estado beligerante de los primeros tres años y la consiguiente posguerra y dictadura, mi abuelo no recuerda haber pasado penurias. Su tío trabajaba para la Editorial Católica y la Guardia Civil nunca se presentaba en su puerta como sí lo hacía en la de sus vecinos. Hasta que cumplió los doce años, se pasaba la mayor parte del día en su cuarto, asomado a la ventana, observando con la curiosidad de un niño y el horror que un adulto alcanzaba a comprender, cómo afectaba el franquismo al resto de la población; me contó que presenció en contadas ocasiones, a plena luz del día, raptos a mujeres que después no volvía a ver. La realidad que le impregnaba los ojos le hacía acumular dudas que sabía que era mejor no pronunciar porque era lo suficientemente maduro como para entender lo que significaba ser republicano o nacionalista. Asumió la injusticia como norma y adoptó la creencia de que la única forma de control era el miedo y no el respeto. Él mismo lo vivía en su día a día.

Su tía era una mujer dócil que temía a las represalias de su marido si no actuaba como él le ordenaba. No podía levantar un pie del suelo sin haberle pedido permiso previo. Una noche se le hizo tarde para preparar la cena porque fue a recoger una falda a la costurera y ésta se había equivocado. Tuvo que desandar el camino, devolverle la falda, recoger la suya, que aún no estaba lista, aguardar a que la enmendara, y regresar corriendo a casa. Para cuando llegó, su marido le estaba esperando con una vara en la mano y su sobrino sentado a la mesa que él mismo había vestido en un intento de ayudarla. Al dar las ocho ―siempre cenaban a las ocho y media―, se asomó a la ventana intranquilo. Su tía no llegaba y tampoco la avistaba a lo lejos. Lo único que se le ocurrió fue colocar los platos y los cubiertos en un intento de invocar su aparición antes que la de su tío. Siempre intentaba protegerla. Mi abuelo era un niño hiperestésico. Aquella noche fue obligado a presenciar el castigo disciplinario y, desde entonces, se le instaló en el cerebelo una cajita con el recuerdo de unos gritos desgarradores y el sonido seco del impacto de la madera contra la dermis. Lloró; y su tío le propinó tal bofetada que no lo volvió a hacer. «Antonio, los hombres no lloran. A las mujeres hay que enseñarlas. No temas que tu tía estará bien.» Recuero que todas las veces que mi abuelito pasaba al lado del establo que tenemos cerca de casa apretaba el paso, nervioso, con las glándulas sudoríparas evidenciando el temor con rasgos de reminiscencia de la severidad de la vara.

El día que sopló las doce velas, su tío le anunció que lo llevaría consigo a trabajar poniendo así fin a su infancia. «Ya eres mayorcito, Antonio. Tienes que convertirte en un hombre de provecho. Repite conmigo: ¡Viva Franco y viva España!». Mi abuelo nunca había hablado con nadie sobre política. Sin embargo, quizá porque era una persona empática en demasía, no le convencían lo ideales en los que le habían educado. Se preguntaba si era justo que te impusieran unas leyes que de no cumplirlas te destrozaban la vida.

Cuando salió a la calle como un adulto, con una bandolera más grande que su tórax aún por desarrollar, la cual le había prestado su tío para llenarla de libros que le obligaría a leer después, unos pantalones de pana de color verde caqui con el dobladillo cosido, una camisa gris cuyas mangas debía remangar y unos zapatos que le quedaban grandes, intuyó que su vida daría un giro que escapaba a su precoz conocimiento. De camino a la imprenta que trabajaba para la Editorial Católica, fue testigo mudo de asaltos indiscriminados a la intimidad de las gentes, de robos, de llantos, del eco de unos disparos y una marcha autoritaria que no auguraba más que tormento. Por su parte, su tío caminaba impasible, con la mirada al frente y la cabeza erguida, orgulloso de la actuación de su bando.

Arribaron al taller tipográfico y allí aprehendió el oficio de la tipografía. Pasó incontables horas enfrascado en los tipos que realzaban a Franco, que promocionaban valores tradicionales basados en la religión católica y que ensalzaban la identidad nacional española. Aquel día su tío le entregó tres volúmenes cuyas nociones, le explicó, debía memorizar: RazaDoctrina nacionalsindicalista y Cosas de España. Sabía leer y escribir desde que tenía cuatro años. En una atmósfera plomiza y pulverulenta, al caer el sol, su tía le leía las páginas del Ya, vaticinándole su futuro. La ocupación que le habían encargado no le disgustaba. A pesar de ser de los más noveles, era de los más rápidos y ágiles. Mientras se manchaba los dedos de tinta, se descubrió fascinado por el mundo editorial y empezó a fantasear con convertirse en escritor y ser leído por toda España. Se dio cuenta de que era feliz con las falanges salpicadas de pigmentos brunos, y dejaron de importarles el dolor de espalda, la vista cansada, la fatiga.

A partir de entonces, cuando sus tíos cerraban los ojos y apagaban los oídos, se pasaba las horas oscuras en vela escribiendo novelas sobre folios amarillentos en los que estampaba la tinta que robaba del taller. La noche de su primer día de trabajo escribió la que sería la primera de muchas historias. Tenía como protagonista a un pollo que había nacido en una jaula de la que escaparía gracias a un superpoder: atravesar objetos; pero sólo lo lograría a la adultez porque necesitaba crecer y ponerse fuerte para poder traspasar los barrotes. Mi abuelo encontró en la escritura un desahogo y un refugio. Lo hacía a escondidas; en silencio porque aquello que relataba no podía ver la luz. De lo contrario estaba seguro de que su tío lo mataría. Contra todo pronóstico, aun habiendo madurado en un entorno opresor y adoctrinador, su oficio originó que despertara en él una creciente sed por el conocimiento y la creatividad. Era un chico muy maduro que asumía su contexto sin encolerizar pues, tal y como él me decía: «Niña, yo tenía claro que podían mandarme lo que quisieran, pero en mi cabeza sólo mandaba yo.»

Al término de la instauración de la Ley Fraga en 1966, la línea de la editorial viró hacia una postura de apertura del régimen, facto que originó en su tío una disconformidad imposible de gestionar. Siendo testigo del declive de Franco, no pudo soportar el futuro derrocamiento y se suicidó el 1 de octubre de ese mismo año con un mosquetón heredado de su padre. Su tío comprendió que el franquismo estaba llegando a su fin y aquello suponía, no sólo la derrota del bando nacional, sino la de sí mismo. Pues él se veía como una representación de Franco. Mi abuelito nunca lo olvidaría, ya que cumplía 30 años al mismo tiempo que su tía vestiría de luto hasta el final de sus días, pero con una sonrisa capaz de resucitar a los muertos. La defunción le afligió. Por un lado, deseó no ser tan sensible; pero por otro, sintió que le debía el duelo, ya que de no haber sido por él, no habría descubierto su pasión.

Entonces, gracias a la pensión de viudedad y las pesetas que su tío guardaba emparedadas en la cocina ―pues era un malnacido, pero no tonto―, su tía le regaló una máquina de escribir de la marca Olivetti. A ella le habría gustado que su sobrino no hubiera tenido que presenciar las brutalidades de la época, mas era algo que escapa a su voluntad. No obstante, desde el fallecimiento de su marido, se comprometió a colmar de dicha a mi abuelo, quien continuó trabajando para la Editorial Católica mientras escribía novelas como un taquígrafo poseído por una agitación que no era más que su devoción por la literatura.

Los fines de semana acudía a la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid y se ocupaba leyendo las obras de Miguel de Cervantes o Lope de Vega que no habían sido objeto de censura. De esta manera, transcurrieron nueve años durante los que proyectaron la imagen de una familia monoparental trabajadora de clase obrera, que se mantenía imparcial en asuntos de política y no se inmiscuía en desavenencias. Así, desde la tranquilidad de no estar bajo punto de mira, pudieron ser cómplices de una creación literaria trasgresora que algún día se difundiría por todo el territorio. Si nadie reparaba en ellos, nadie impediría que aquellas cuatro paredes fueran confidentes del insomnio intimado por una imaginación dominante, del sudor causado por la carrera de sus dedos, del gaznate árido reclamando un respiro, del furor.

Con la defunción de Franco en 1975, respiraron hondo y exhalaron la zozobra que les había anegado el cuerpo desde su gobierno para no volverla a inspirar. Lo celebraron disimuladamente, pues aún quedaba algún rezagado con deseo de dictar, y decidió abandonar su empleo para dedicarse por completo a su creación literaria. Entonces su tía se volcó con él. Trabajaron codo con codo durante ocho años para presentarse ante la Editorial Siruela con un total de quince obras que habían seleccionado de entre las cuarenta que había escrito. Se presentaron ante Jacobo Siruela, y éste les miró de arriba abajo con desdén sin molestarse en estrecharles la mano. Jacobo Siruela vestía con piel y ellos con andrajos.

―Antes de marchar no se olviden de cerrar la puerta ―les ordenó sin levantar la vista de unos papeles que tenía sobre el escritorio.

Después de todo lo que habían vivido, el rechazo no les menguó el ánimo. Eran dos personas tenaces que no se dejaban vencer así como así. Un año más tarde lo intentaron con la Editorial Alianza. En esta ocasión, el director José Ortega les miró de arriba abajo con deferencia, les estrechó la mano y tomaron asiento. Estuvieron en su despacho más de una hora y allí, a un hombre de 48 años y a una mujer de 74, se les iluminó el corazón al escuchar las que serían las palabras de su buenaventura.

―Antonio, ¿cómo no se ha presentado antes? Sus obras son deslumbrantes, colosales, magnánimas. Usted va a ser un hito en la literatura.

Lo consiguió. Desde la primera publicación sus obras han estado en boca de todos. Su magnum opus fue En tiempos de guerra, el amor salva. Se casó a los cincuenta años con una mujer alemana de treinta y seis años que conoció en la Feria del Libro de Fráncfort en el 86, con la que un año después tuvo un único hijo, mi padre. Su tía falleció en el año 2000 llena de júbilo por ver a su sobrino realizando su sueño y viajando alrededor del mundo firmando ejemplares en lenguas que no sabía ni que existían. En el 2010 nací yo; y desde entonces no se ha separado de mí apenas un segundo. He crecido con sus historias y, quizá por influencia suya, me paso las noches con los ojos ensangrentados pulsando unas teclas que ya tienen borrosas las letras. Mi abuelito y sus manchitas negras de los dedos serán siempre mi inspiración.

¿Qué os ha parecido? ¿Qué título le pondríais vosotros? Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!

Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️ 


Todos los derechos reservados. La copia del texto para fines creativos/comerciales y/o concursos queda prohibida.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Depresión

Su titi

Nostalgia anticipatoria

Vidas pasadas

Te veo en los sueños

En el silencio