Máximo 500 palabras

Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), en este relato el número 500 ha sido el detonante para que me pusiera a escribir. Vacía de ideas, vi un concurso (al que no me he presentado), que tenía como requisito que el relato no tuviera más de 500 palabras. No sabía qué escribir, pero el 500 se me quedó dando vueltas por la cabeza... y he aquí el resultado.

Para vosotros, escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, 

Claudia Tevar Crespillo

Posible título: Máximo 500 palabras

Les tengo que relatar una historia de vital importancia en un máximo de 500 palabras, así que seré breve. Iré al quid de la cuestión. No voy a divagar con detalles que no aportan nada al relato. A pesar de que tiendo a dar rodeos, aunque mi naturaleza me impera detalles, haré el esfuerzo por ustedes. Como ya les he advertido, esto es muy importante. Tanto que les aconsejo tomar asiento porque se van a quedar sin aire, sin respiración, sin oxígeno. Sucedió hace una semana. Ni hace un día ni cinco, sino exactamente siete. Era temprano, el sol recién se despertaba de su sueño, se mecía entre nubes e iluminaba el cielo dando calor a los primeros madrugadores. Hace siete días de aquel amanecer que marcaría un antes y un después en la Tierra. Esto que les voy a contar no es apto para cualquiera. Prepárense para lo peor y acertarán porque puede que se les pare el corazón, que haga un conato de jubilación, un intento de suicidio. Como decía, el día estaba soleado. No había ningún indicio que anunciara el desastre que allegó. Ocurrió a las 15:00. Ni a las 13:00 ni a las 14:00. A las 15:00. Ese día llevaba puesto un pantalón vaquero, una camiseta de tirantes, un sombrero de paja que me regaló mi tío en un viaje que hizo por el Caribe y unas chanclas, pero de estas que solo tienen una franja en el empeine. Me dispuse a dar un paseo. Uno largo. De horas porque el médico me ha recomendado dar más de 10 000 pasos diarios. Me ha advertido que, si no llevo un estilo de vida más activo, mi vejez se convertirá en una pesadilla de pastillas, por lo que con tal de no verle más la cara, acato. Por cierto, háganse un chequeo de tanto en tanto. Nunca viene mal. Sobre todo ahora cuando les cuente esta rocambolesca historia que empezó con un día de sol y conmigo paseando. Mis pasos eran pequeñitos. Como si los diera un enano. En el cuento de la liebre y la tortuga, era la tortuga. A mucha honra. ¿Les gustan a ustedes las tortugas? Bien… ¿Por dónde iba? ¡Ah! Sí. Los pasos. Mis pasos. Pequeños. Me adelantaban todos los madrugadores como si fueran competidores de marcha. Pero yo no tenía prisa porque lo que sucedería sería tan trascendental que daría igual lo raudo que avanzara. Y eso que soy delgado, la viva representación de lo que es ser un peso pluma, un hilo, una hebra de mango, o de plátano. Odio los plátanos. Me entran arcadas cada vez que arriba a mis fosas nasales el olor a fruta amarilla, densa y pecaminosa. Una absoluta asquerosidad que en nada se compara a lo que aconteció hace siete días a las 15:00. ¡Vaya! Debo disculparme. No puedo seguir relatándoles el crucial evento que necesitaban conocer. He llegado a mi máximo. Y eso que he ido al grano. Lo siento. Otro día se lo cuento.

¿Qué os ha parecido? ¿Qué título le pondríais vosotros? Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!

Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️

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