No tengo fiebre
Como bien sabéis por la publicación de Instagram (@claudiatevarcrespillo), este relato ha nacido de estar sentada en un sillón… ¡Seguid leyendo y ya me contáis vuestras impresiones! 😊
Para vosotros, escrito con todo mi corazón y todo mi cariño,
Claudia Tevar Crespillo
Posible título: No tengo fiebre
Me encuentro arrellanada al sillón que antaño perteneció a mi abuela y pienso. Solo pienso. Nada más. No produzco, no contribuyo a la economía ni estudio. Solo me arrellano mimetizándome con la tersa tela del sillón. Pienso. Tanto que me mareo. Me agarro con firmeza a los reposabrazos. Separo los dedos de las manos para alcanzar el ancho completo. Ahora me siento más segura. No voy a desfallecer. Estoy en pijama. Bueno, sigo en pijama desde la madrugada anterior. Una camiseta de manga corta roída con agujeros en las axilas y un pantalón con motivos navideños. Muñecos de nieve y estrellas fugaces. Estamos en primavera. No soy alérgica. Ni al polen ni a las flores. De hecho, soy inmune. Nunca enfermo. Nunca estornudo. Nunca toso. Siempre me ha parecido de mal gusto hacerse notar contaminando el ambiente. ¿Qué le pasa a los que estornudan como si se les fuera la vida en ello? En fin. En esta casa, en la de mi abuela, el frío es permanente. Da igual la época del año que sea. La frialdad también constituyó su carácter; y el mío también. La culpa es de las baldosas. Es como pisar hielo. Bebo de la botella que cargo a todos lados. Lubrico la garganta e intento conjugar la verdad porque aún llevo puesto el pijama. Distingo un hedor a saliva seca y vino. Aprieto los labios. Los escondo. Deseo que mis cuerdas vocales desaparezcan. No volver a hablar porque todo lo que digo es mentira. Tengo los vellos de punta. Parecen pequeñas navajas que se abren paso entre mi dermis tatuada. Sigo pensando. Si pudiera mudaría la piel. Como las serpientes. En otra vida fui una víbora. El veneno me recorre por la sangre. Las venas visibles de un color verde sospechoso. Me llevo la mano a la frente. Las uñas rasuradas. Impolutas. ¿Qué le pasa a los que someten a sus dedos al esperpento kilométrico de lo postizo? En fin. No tengo fiebre. Sí muchos pensamientos. Giran alrededor de mi cerebro como planetas. Inagotables. Me regurgita el estómago. Enrollo la camiseta y observo la llanura desprovista de bultos de grasa y el ombligo hacia dentro. Deshidratado. Doy otro trago a la botella. La botella. De plástico amarillento. Debería cambiarla. Debería dejar de pensar. Debería actuar. Siento los pies pesados. Mis pies son de anuncio de sandalias. Aún sentada, soportan el peso de mis actos. Alguien llama al porterillo. No me levanto. No espero a nadie. Oigo cómo la puerta del portal se abre. No hay duda: es el cartero. El sonido estridente, privado de musicalidad, frena mis planetas por un instante. Me devuelve a la realidad. Debería levantarme y ponerme a producir, a contribuir a la economía, a estudiar. Pero aquí estoy. Como un parásito. Cada vez más hundida en el sillón porque me prometí que no volvería a beber y la resaca me está matando.
¿Qué os ha parecido? ¿Qué título le pondríais vosotros? Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!
Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos e historias. Gracias❤️
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Me cuesta opinar esta vez porque nunca he tenido resaca (lo siento) y no se lo que se siente.
ResponderEliminarPor lo demás, tremendamente bien escrito y transmitido como siempre.
😘
Pues me alegro de que nunca hayas tenido resaca, Antonio!! No te pierdes nada jajaja. Muchas gracias por la parte que me toca (:
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