En la ventana me escondo
Como bien sabéis por la publicación de Instagram, el relato de este domingo está inspirado en una vecina que vi un día mientras iba de camino hacia mi casa. La vislumbré en la ventana del lavadero, fumando, con expresión derruida y me fue inevitable no coger aquella escena para el blog. He aquí el resultado. La foto de la ventana en cuestión la tenéis en la publicación de mi Instagram por si queréis verla.
Escrito con todo mi corazón y todo mi cariño, para vosotros, Claudia Tevar Crespillo. Ojalá os guste.
¡Espero vuestros títulos! Además, si os ha inspirado a escribir algo relacionado, o no, ¡ponedlo en los comentarios! ¡Os leo!
Nos leemos y escribimos el próximo domingo con más títulos y más historias. Gracias❤️
Posible título: En la ventana me escondo
Si no fuera por estos ratitos me habría quitado la
vida hace tiempo. Estas rejas me ayudan a respirar a pesar de su aspecto
carcelero. Creo que es la cruz que forman los barrotes. Me infundan esperanza. Cuando
las cosas se ponen feas me vengo aquí, a la ventana del lavadero, y observo a
través del hueco las vistas industriales que me rodean. Saco la cajetilla de
Malboro del bolsillo de la bata y extraigo un cigarrillo industrial que me sabe
a gloria. Solo los fumadores entendemos esta sensación. Siempre visto igual. No
importa la estación que sea. Como nunca salgo de casa vivo en un estado de
permanencia estacional. He creado mi propio término: reclusión atemporal. Esto
se basa en que, bajo el techo que habito, no hace ni frío en invierno ni calor
en verano, no florecen las flores en primavera ni se caen las hojas en otoño. Bajo este techo siempre está nublado. Las nubes de la desgracia nos amparan de cualquier
cambio significativo que aporte un rayito de luz.
Mi vida es una mierda, pero es lo que hay. Siempre
me quedará esta ventana. Solo espero que no sea necesario rehabilitar el edifico
porque de lo contrario me cubrirían mi salvación con una lona negra. Sería mi
fin. Antes he dicho que me vengo aquí cuando las cosas se ponen feas, pero eso
de «cosas» pueden ser, en efecto, muchas cosas. Sin embargo, tienen nombre y
apellidos que no vienen al caso. Uno pertenece al funesto de mi marido y el
otro al temerario de mi hijo. Los dos son de armas tomar. El uno para el otro y
el otro para el uno dispuestos a ver quién la tiene más grande.
Desde que la adolescencia irrumpió en nuestra vida estas paredes se han convertido en un infierno del que yo ya no participo. Me quemé
hace unos años y, desde entonces, me mantengo al margen aun con las heridas sin
cicatrizar. Si tan solo la lluvia pudiera mojarlas alguna habría menguado,
pero vivo expuesta al dolor que las provoca y no me atrevo a sacar el brazo a la calle. No vaya a ser que algún vecino presencie el maltrato. Perdí la cuenta de las veces que
intenté lidiar entre los dos y salí escaldada. Perdí la cuenta de las veces que
lloré a escondidas en esta ventana. Perdí la cuenta de las veces
que recé a Dios una tregua. Perdí la cuenta de las veces que deseé morir.
Sé que no merezco esto. Mas supongo que nadie
tampoco lo merece, pero a alguien le tiene que tocar. También dejé de preguntarme
por qué a mí porque no hay un porqué. Sencillamente, no lo hay. No tengo el
valor suficiente para marcharme. No tengo a dónde ir. Dejé de trabajar cuando
di a luz, no dispongo de ahorros, quien lleva las cuentas es el innombrable
número uno, mis padres fallecieron hace años y no tengo hermanos ni amigos
porque vivo recluida en un inmueble al que referirse como hogar sería mucho decir. Lanzarme a la indigencia se me antoja arriesgado
y yo ya no estoy para aventuras a mi edad.
¿Quizá sea yo mi propia verduga? Al fin y al cabo la única que ha cedido a todos los mandatos que estos dos me han impuesto he sido yo. Que si un día hazme esto de comer, que si otro plánchame tal pantalón, que si córtame el pelo, que si limpia… No sé en qué momento me dejé tanto. Qué pena me doy. Pero bueno, siempre me quedarán esta ventana y mi cajetilla de tabaco. Es lo único que no pueden quitarme. He fundido el primer cigarro. Hoy me voy a encender otro porque ha sido un día duro. Me duele la cabeza con más estridencia de la habitual. Tal vez cuando aspire este segundo cigarrillo me plantee de nuevo lo de la indigencia, ya que al menos si llueve, tendré la libertad de decidir si mojarme o no.
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Qué lindo es leerte, siempre consigues remover algo. Tus escritos nunca pasan inadvertidos para mi corazón, y así te leo siempre, con el corazón.
ResponderEliminarJose!! Muchísimas gracias por tu comentario. ¡Me ha hecho mucha ilusión! y qué palabras tan bonitas, jo. No sabes lo importante que es para mí. Gracias de nuevo!!
EliminarSuscribo lo que dice Jose, leerte es eso, lindo. Y lo de este relato al igual que otras veces, es un puñal envuelto en seda.
ResponderEliminar😘
Mi viaje del visillo siempre perenne. Que le gusta una interacción entre comentarios. Mi blog sin ti no es nada, Antonio. Millones de gracias (:
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